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Al ama le digo:

“Déjese de monsergas y lave bien la ropa, que siempre voy hecho un fantoche”.

Pero, oigan, ni se inmuta. Allí sigue ella, friega que te friega en el agua fría, con los dedos entumecidos, siempre llenos de detergente. Es imposible, no puedo con ella.

Al día siguiente igual, friega que te friega, y la casa sin barrer:

“Suelte eso y póngase con la fregona, buena mujer, ¿qué pensarán de mi si ven los suelos así?”

Pero, oigan, ni se inmuta. Arrodillada en el suelo, con las manos manchadas de amoniaco, limpiando lo que siempre está limpio. Es imposible, no puedo con ella.

Siempre igual, hasta el día en que murió, no me dejó que hiciera nada —les dije a todos—, no dejó un momento de cuidarme.